Posmemoria y fitopoética: Cuando el pasado se vuelve movimiento y registro corporal
A raíz de los 50 años del Golpe de Estado, conversamos con el filósofo Ángel Álvarez- Solís, quien reflexiona sobre el vínculo entre los estudios de la memoria, la fitopoética y la crítica vegetal. La necesidad de articular narraciones desde lo sensorial por medio de un proceso de duelo, así como los recuerdos de la naturaleza extractivizada a partir de la dictadura, son algunos de los temas abordados.
La posmemoria busca movilizar aquellas narrativas que podrían hacer sentido a generaciones que no necesariamente vivieron un trauma histórico de forma directa. A partir de esta premisa, el filósofo Ángel Álvarez-Solís, reflexiona sobre la necesidad de pensar mecanismos constructivos y disruptivos para afrontar el pasado doloroso de una nación. Registros de supervivencia y secuelas corporales del trauma pueden ser observados desde el arte y la sensorialidad –y no sólo desde la perspectiva humana– manifiesta el director de investigación del Instituto de Estética de la Universidad Católica.
“Necesitamos que la historia sea movimiento, no monumento”, asegura el investigador, quien recientemente publicó un artículo sobre crítica vegetal, el cual apunta a nuevas formas de pensar la naturaleza ¿Qué nos pueden enseñar las plantas sobre sanar y no repetir el pasado? Es uno de los temas que abordamos en esta conversación que busca abrir posibilidades de traer al presente registros y aprendizajes sobre aquellas vivencias que continúan afectando colectivamente a Chile tras el 11 de septiembre de 1973.
Fundación Mar Adentro: ¿Cómo conectas la posmemoria con la dimensión sensorial de un pasado doloroso para Chile?
Ángel Álvarez-Solís: La posmemoria es un término acuñado por investigadores dedicados al estudio del Holocausto, quienes observaban cómo la memoria –en tanto mecanismo para narrar un pasado político– se convertía en algo muy distante para algunas generaciones. Era común que en esos estudios se hablara de la necesidad de narrar las vivencias de los padres, madres y abuelos fallecidos, o que habían vivido el horror de los campos de concentración, en la voz de nuevas generaciones. Así, la posmemoria aparece al constatar que existen sujetos que tienen secuelas a raíz de acontecimientos violentos no vividos directamente.

Herbario de Chernobyl
En este sentido, la posmemoria pone en marcha un trabajo de duelo que, para el caso chileno, contempla todo aquello que se piensa, se crea y se escribe acerca del Golpe de Estado en un contexto temporal: desde el final de la dictadura. Es aquí donde aparece lo sensorial, en consideración de que los Estados han construido una narración sobre los hechos históricos, la cual tiene efectos corporales colectivos. La memoria oficial del fin de la dictadura, por ejemplo, contiene la idea de empezar de nuevo o justicia en la medida de lo posible, lo que no necesariamente es aceptado por el cuerpo social.
La posmemoria muestra que hay una dimensión corporal de la memoria, como he dicho, pues se producen efectos vívidos, consecuencias en el ámbito de la salud mental también o incluso patologías que no se explican por vivencias temporales del presente. El cuerpo experimenta las consecuencias y por ello, se requiere un trabajo sensorial para visibilizar lo que está oculto o no manifiesto. Es aquí que la posmemoria dialoga con la estética y no solo con la historia, a nivel transdisciplinario. La posmemoria se trabaja desde el arte, el cine o la literatura, porque es la creación la que hace que aquello invisibilizado brote.
La posmemoria entonces sería una manera de hacer circular voces, creaciones y narraciones frente a la memoria oficial ¿Cómo opera ese vaivén en relación con una apertura constante de la memoria histórica a 50 años del Golpe de Estado?
El pasado nunca se cierra, es decir, va más allá de las versiones históricas que narran los hechos o que plantean de forma inamovible ‘así fue la Unidad Popular o esto fue la dictadura’. El pasado se abre y empieza a ser disputado, porque nunca deja de ser problemático. Al mismo tiempo, esto implica que el pasado no se puede apropiar, o sea, no le pertenece a nadie. Al abrirlo, se politiza, pero en un sentido que apela a la sensibilidad, a estar atentos a ecos de antaño que pueden estar muy presentes.
En ese sentido, la conmemoración como mecanismo histórico también puede ser concebida como una forma de olvido, en caso de que esa conmemoración se cristalice o vuelva estatua las vivencias de seres que convivieron en entornos vivos que lidiaron con la muerte. Necesitamos que la historia sea movimiento, no monumento.

Bosque Pehuén, Araucanía Andina.
En la figura de conmemoración temporal hay una idea de categorización del tiempo. Es la visión humana de lo que significa medio siglo…¿podríamos acercarnos a una posmemoria no humana o más que humana para resignificar el pasado?
Aunque es algo complejo, creo que ahí radica el horizonte futuro del pensamiento crítico. Me refiero a que si hay algo que vale la pena pensar es hacia dónde van esas formas no humanas o más que humanas para restaurar y vivir en un mundo distinto. Para el caso, podemos recurrir a la memoria vegetal, como diría Umberto Eco, que es de mayor plazo.
¿Cómo explicar el pasado en clave vegetal? Primero, entendamos la política en un sentido abstracto, en relación con el control del tiempo histórico o, dicho de otra manera: quien controla la manera de narrar el presente y el pasado, controla la política…¿Por qué salirnos del tiempo a escala humana entonces? Porque al cambiar la mirada, cambia nuestra política.
Las plantas tienen una escala y temporalidad muy distinta a la nuestra, es necesario descentrarse, desantropomorfizar y pensar, por ejemplo, en la historia natural del Golpe de Estado, la historia natural de la Unidad Popular ¿Qué implica esto? Que aquellos que no tienen voz, como las plantas o los animales, también padecieron el Golpe.

Bosque Pehuén, Araucanía Andina. Crédito fotografía: José Carrasco.
A veces somos humanos, demasiado humanos, y se nos olvida que la dictadura instauró, por ejemplo, una manera extractivista de relacionarnos con la naturaleza; o que la forma que tenían las ciudades cambió aceleradamente. El entorno natural tiene vida, pero nos cuesta mucho pensarnos como seres vivientes dentro de otros seres vivientes. La vegetalidad, la fitopoética, nos ayuda a construir una idea de mundo donde no somos la especie superior, sino que vivimos con otras formas de vida que también recuerdan.
En un artículo sobre crítica vegetal que publicaste recientemente te preguntas si puede escribir una planta. En esa misma línea, ¿cómo recuerda una planta?
Las plantas tienen memoria y esta se articula por medio de aprendizaje de patrones y entrenamiento de datos que se alimentan de fuentes simultáneas. En términos de las humanidades y las ciencias sociales, es también gracias al pensamiento vegetal que observamos rizomáticamente la realidad. La plantas recuerdan dónde hay peligro, dónde hay luz –y para decirlo también metafóricamente– dónde hay sombra; y esa manera de recordar les permite sobrevivir por más tiempo.

Animitas- Christian Boltanski, San Pedro de Atacama, 2014
Para que se conecten los submundos es necesaria la memoria de las plantas, la fitopoética. En esta idea vemos apoyo mutuo, porque la memoria es la construcción de una narración común que no le pertenece a nadie individualmente. Mientras más narraciones y aproximaciones desde lo sensorial, poético y artístico desarrollemos, más cercanía y comprensión tendremos sobre los sucesos históricos.
En tus textos y presentaciones recientes abordas la fitopoética ¿Cómo vincularías ese concepto con los estudios críticos de la memoria?
Como aproximación es importante pensar en la distinción entre razón filosófica y razón poética. La primera es por momentos muy masculina y fácil de domesticar por el discurso universitario más tradicional, en cambio la razón poética que es una forma de escritura que esquiva la manera más neoliberal de hacer las cosas, tiene mayor alcance y contacto con más generaciones. Es así como un poema puede convertirse en filosofía.
Esto, desde la fitopoética –o la poética de las plantas–, se extiende a la memoria en las formas de traer al presente creaciones de otro tiempo. Por ejemplo, se acaba de reeditar el herbario mistraliano y los textos de la naturaleza de la escritora. El hecho de que esté de moda lo vegetal ha permitido que una autora que es del canon, como Gabriela Mistral, se vuelva a leer. Lo mismo pasa con Pablo Neruda, aunque esté desprestigiado, sus textos sobre la cordillera, sobre la vegetalidad o animalidad, empiezan a circular de nuevo.
En sintonía con la posmemoria, se encuentran maneras para que una generación nueva lea archivos reeditados o nuevas narrativas que le pueden dar sentido a su presente y futuro. Y como las buenas obras de arte son atemporales, se reinterpretan. Hay un vínculo muy potente entre la posmemoria y la fitoestética, porque lo que viene a hacer es que esos sujetos subalternos olvidados, invisibilizados, como las plantas, vuelvan a hacerse presentes y recordarnos que también estuvieron ahí, fueron convivientes de la historia.

Obra: Una milla de cruces sobre el pavimento- Lotty Rosenfeld
En ese sentido, convocas a la estética como una disciplina que visibiliza aquello que no aparece desde el pensamiento tradicional o normativo ¿Cómo pensar una historia natural a partir de creaciones estéticas asociadas a la memoria del Golpe?
La estética nunca se ha visto como una disciplina prioritaria al momento de pensar los movimientos políticos, pero si miramos la historia de Chile quizás uno de los grupos más relevantes en términos estético-políticos fue la Escena de Avanzada. La estética sirvió para plantear problemas políticos vía la pintura, el cine, la literatura, fueron las maneras que la Escena de Avanzada tuvo para hablar de Derechos Humanos.
Si bien fue una vanguardia protagonizada por un grupo de artistas de elite, hoy es información a la que cualquiera puede acceder. Hoy, además, la estética ya no es sólo una disciplina elitista alejada de las personas, sino una manera de consumir series, música, contenidos digitales. La estética es un lugar privilegiado para pensar fenómenos catastróficos cuando no queremos que la historia se repita, es ahí donde las narraciones empiezan a circular y, por medio de la posmemoria, vincularse a la crítica vegetal.
En Chile, un caso paradigmático es el de Manuela Infante, quien se ha inspirado mucho en el pensamiento vegetal y, últimamente, en el pensamiento mineral (Cómo convertirse en piedra», 2020) para plantear un problema político que representa síntomas no resueltos de la dictadura. Por otro lado, sobre el cine, se dice mucho que ha contado demasiado sobre la dictadura, como si fuera un género. En realidad son películas hechas con tanta sensibilidad que pueden tener éxito en cambiar la percepción de las personas.
Has dicho que la posmemoria transgrede versiones que tienden a cristalizarse y repetirse. Si pensamos en formas menos comunes de narrar desde la posmemoria, pienso en el potencial de las mujeres que bordaron arpilleras, por ejemplo ¿Cómo observar o construir otro tipo de narrativas sobre el trauma de un país polarizado?
La repetición es condenar a todos a lo mismo. Cuántas veces veremos las interpretaciones del Golpe desde la mirada visual o sociológica. La Moneda sigue siendo el espacio donde ocurre el Golpe, aun cuando eso sea efectivamente así, qué tal si nos descentramos y pensamos en los otros lugares dónde ocurrió.
Hay historias que nos cuentan otras maneras de vivir la catástrofe, y también –de alguna forma– cómo salir de ella. Recordar tanto es doloroso, por lo que es necesario trabajar el duelo. Las arpilleras que mencionas tejen y bordan experiencia, hilan un lazo, un vínculo con los otros. Las arpilleras nos recuerdan que las fibras tienen un aroma. A veces habría que poner más atención a aquello que no es hablado o visual, pues abordamos siempre las imágenes del Golpe. Están también los sabores del Golpe, las escuchas, los tactos, los olores. Tal vez si tocáramos y no sólo viéramos una pared de La Moneda, podríamos generar un contacto corporal en movimiento con un pasado que se abre una y otra vez.
Ángel Álvarez-Solís es director de investigación del Instituto de Estética UC. Doctor en Filosofía, Magíster en Filosofía Política y Licenciado en Filosofía por la UAM, México. También es Magíster en Historia Comparada de América por la U. de Huelva, España. Ha sido profesor de la U. Iberoamericana en México y del Centro de Investigación y Docencia Económicas en el Departamento de Escritura. Fue Director de Artificium, Revista Iberoamericana de Estudios Culturales y Análisis Conceptual. Sus principales líneas de investigación son las estéticas coloniales, clásicas y prehispánicas, filosofía política contemporánea, estudios críticos de la memoria, crítica de la moda y la comida, así como estética del Barroco y el neo-barroco.