Helechos: Las plantas no se mueven, se transforman
Paz Ramírez, directora de cine chilena, estrenó recientemente el cortometraje “Helechos”, musicalizado con vibraciones de las plantas. Su filmación tuvo lugar en medio de la crisis social y sanitaria, y fue rodado en dos locaciones: Santiago y Bosque Pehuén. La obra narra la historia de una mujer que, en medio del encierro junto a su pareja e hijo, descubre en las plantas una alternativa para vivir su propia intimidad.
Helechos, recientemente estrenado en el Festival de Tribeca, Nueva York, es el primer cortometraje de Paz Ramírez. En esta entrevista conversamos sobre la musicalización a partir de vibraciones de las plantas y el traslado del lenguaje escrito al formato audiovisual, entre otros temas. El cortometraje, basado en la narración homónima de la escritora Catalina Infante, relata la historia de una familia confinada en la realidad distópica de un mundo que vive su séptimo año de cuarentena por pandemia. Con una estética inmersiva y a ratos asfixiante, el foco es puesto en Ana, una mujer que transita entre las asperezas restrictivas del encierro y la inmensidad de un mundo oculto que encuentra en las plantas.
Fundación Mar Adentro: ¿Qué representa Helechos, qué cualidades tiene la historia y por qué la elegiste?
Paz Ramírez: Leí Helechos (Catalina Infante) en pandemia y lo visualicé vívidamente, me imaginé muy bien las escenas. La temática me resonó porque yo también estaba muy dentro de la crisis por el encierro y también había formado una relación bien especial con las plantas de casa.
En ese momento, estaba encerrada en un piso 18 en las Torres San Borja en Santiago Centro, donde hubo como cinco meses en fase uno de corrido y nunca salíamos. Entonces mi contacto con hacer tierra era a través de las plantas de los maceteros, porque de repente había semanas que solo bajaba al piso 1 a recibir un encargo. Luego contacté a Catalina, la autora, con la idea de comprarle los derechos del cuento para adaptarlo a un guión cinematográfico.
Mencionas que hay una necesidad de hacer contacto con la tierra…
Sí, recuerdo que en esa época me compraba un macetero nuevo y cambiaba las 14 plantas del macetero, sin balcón, sin nada. Tenía la necesidad de tener toda la tierra en el parqué, de ensuciarme un poco y salir de esta cosa tan estéril en que nos tenía la crisis sanitaria. Existe una necesidad bien primitiva de conectarnos con la naturaleza que tal vez, era lo único impredecible de ese momento tan rutinario. El ser humano estaba de capa caída y la naturaleza exterior estaba en su mejor momento. Entonces quería conectar con esa energía que estaba vibrando bien en el fondo.
¿Cómo fue el proceso creativo de desarrollo del cortometraje en contexto de crisis social local y mundial?
Para mí, el proceso creativo fue una salvación. Como trabajadora audiovisual se requiere presencialidad y esa manera de trabajar se detuvo varios meses. En ese sentido, la necesidad de darle espacio a la creación introspectiva, de leer, escribir y meterle energía en eso, fue bastante.
El proceso de escritura y de postulación a un fondo, por otro lado, tuvo que ver con algo más personal, que por la circunstancias era un poco obligatorio, pero que también agradezco porque requirió otro state of mind más solitario, más enfocado, que se logró en ese momento.
En el corto, la protagonista dice “las plantas no se mueven, se transforman”. ¿Cómo observas las transformaciones de la naturaleza y cómo dialogan con lo humano?
Ese fragmento del guión está inspirado en las teorías de Stefano Mancuso, un biólogo que habla de la inteligencia de los árboles y de las plantas. Esta teoría menciona que las plantas son el ser vivo más sensible que existe en el planeta, porque no pueden huir ni pueden transportarse. Por ende, lo que les queda es cambiar el mecanismo de supervivencia, diferente de los animales o los reptiles. Las plantas tienen que transformarse biológicamente para afrontar las adversidades de la naturaleza.
En la pandemia a todos nos tocó aprender esa lección. No se podía escapar, estábamos en la misma y debíamos afrontar el hecho de sentarnos con uno mismo, reflexionar y cuestionar, ponernos creativos para buscar formas para hacer dinero o no. Tuvimos que seguir el ejemplo de las plantas, ya que no se podía transformar el medio, tenía que transformarme yo para adaptarme a esta nueva normalidad. Como seres humanos tenemos el impulso de estar siempre cambiando el entorno y tal vez tenemos que cambiar los hábitos, nuestra relación con la naturaleza más que tratar de evadirla o de buscar un antídoto. Las plantas tienen esa cualidad.
¿Esto sería un cambio de perspectiva entonces, no del entorno?
En ese momento, hicimos el ejercicio de mirar qué era importante y siento que esa reflexión quedó un poco congelada. Todavía está esa noción de no querer hablar del tema, seguimos en esta especie de síndrome postraumático colectivo en donde nos hacemos un poco los lesos, pero creo que es relevante, como sociedad, que lo conversemos. Necesitamos hacer el ejercicio, mirar hacia atrás para poder sanar, y reflexionar desde otra perspectiva, con un poco más de distancia. Eso también lo plantea el cortometraje. Los productos culturales que nacieron fueron una respuesta muy visceral e instantánea de lo que estaba pasando. Pronto, imagino, van a empezar a aparecer productos culturales más reflexivos.
Volviendo al corto, algunas de las imágenes fueron grabadas en Bosque Pehuén ¿Cómo sentiste esa inmersión en el bosque al momento de grabar?
En una etapa muy inicial siempre pensé en Bosque Pehuén como la locación, fue como lo imaginé muy tempranamente, por ser una zona de conservación y un lugar que permite, en términos logísticos, tener esta naturaleza sin intervenciones. Partimos con un equipo pequeño, solo con la actriz, filmando las escenas del bosque. La experiencia fue mágica, en el sentido de que en el bosque sucede esta sensación que quería transmitir con el corto, esa liberación con la naturaleza, pero que también se vuelve un poco intimidante a ratos. También está la sensación de sentirse pequeño ante esta naturaleza abundante y salvaje.
La música del corto fue hecha con plantas ¿Puedes contarnos más de eso?
La música del corto está hecha por Iván Díaz Mathé, un músico argentino radicado en Nueva York y lleva mucho tiempo experimentando la música de plantas. Esto consiste en poner pequeños electrodos en las hojas y mediante un dispositivo, se transforma la energía biomagnética de la planta a una onda, una frecuencia. Luego, pasa por un sintetizador y produce el sonido.
Esas ondas no se pueden manejar porque depende de la humedad o las condiciones lumínicas. Fue un trabajo bien intuitivo y libre, en donde el músico me mostraba cómo sonaban distintas especies de plantas. Lo que hicimos fue tomar ciertos moods con los que se puede generar una melodía un poco más positiva o más oscura. Luego proyectamos a un grupo de plantas del corto. Esta sonoridad de las plantas también tiene una cosa bien cinemática, no es armónica, sino que produce cierta extrañeza que va de la mano del corto.
Las plantas son como un cuarto personaje de cierta forma, son el personaje antagónico del marido de la protagonista del corto, tienen una presencia. Por lo tanto, era importante que tuvieran cierta sonoridad, que estuvieran no sólo en la capa visual, porque hay una interacción casi muda entre mi protagonista y las plantas, como cuando trasplanta el helecho, se muestra la raíz y hay un sonido ahí…
*Paz Ramírez nació en Santiago de Chile y estudió en Valparaíso y Buenos Aires. Desde 2010 ha trabajado como Asistente de Dirección en películas, series de televisión y publicidad. En 2013, Paz emigró a Toronto, Canadá y en 2016 fundó la productora Porch donde dirige y produce videoclips y contenido digital. Su profundo interés por el arte y la narración se ha materializado en piezas audiovisuales que cuestionan los límites entre la ficción y el documental. Actualmente, trabaja en proyectos publicitarios y en la escritura de su primer largometraje.