En medio de los últimos bosques: la necesidad de una mirada ecosistémica

Los bosques nativos y los usos antrópicos del territorio son determinantes en la disponibilidad de las aguas que fluyen por los ríos, lagos, lagunas y otros humedales, y que finalmente, desembocan en el mar. Los cambios de uso del suelo como la deforestación y degradación de bosques generan impactos negativos en la calidad y cantidad de agua, por lo que la protección de la vegetación nativa es fundamental para el cuidado de las aguas en este escenario de crisis climática y de biodiversidad.

La estrecha relación entre los bosques nativos y el agua se ve reflejada en la degradación ambiental que sufren las cuencas hidrográficas de los lagos norpatagónicos del sur de Chile. Por ejemplo, el lago Villarrica está sufriendo un proceso acelerado de enriquecimiento por nutrientes (eutroficación por nitrógeno y fósforo) que provienen fundamentalmente de las actividades humanas desarrolladas en la cuenca. Por ejemplo: emisiones de piscicultura, descargas de aguas servidas domiciliarias, la contaminación difusa generada por la deforestación y degradación de bosques nativos y matorrales, y la habilitación de terrenos para fines silvoagropecuarios, que generan aumento de los nutrientes en las aguas que drenan hacia el lago.

Este proceso, junto a las condiciones meteorológicas imperantes -aumento de la radiación solar, altas temperaturas y escaso viento- ha hecho más frecuentes los florecimientos de algas verde/azules, los llamados “bloom” algales que pueden afectar la salud de las personas. La población y autoridades locales están en alerta y monitorean la toxicidad de estas aguas por el riesgo que implican para los bañistas y mascotas.

Los bosques nativos del sur del país (bosques templados lluviosos) forman parte del hotspot de biodiversidad “Chilean Winter Rainfall-Valdivian Forests” que corresponden a áreas relevantes de conservación a nivel planetario, porque poseen un alto grado de endemismo (con especies de distribución restringida que se encuentran aquí y en ningún otro lugar de la Tierra), pero que están altamente amenazadas, debido a que han experimentado pérdidas excepcionales de hábitats en las últimas décadas.

Estos frágiles y dinámicos bosques, por su exuberante cobertura y complejidad estructural, actúan como esponjas gigantes que absorben lluvias durante la época húmeda y liberan las aguas lentamente durante las épocas más secas. Esto, porque los bosques permiten que el agua caiga por el dosel y los troncos y se infiltre de mejor manera, debido a que las raíces, la materia orgánica del suelo y la hojarasca crean condiciones que facilitan la infiltración a las napas subterráneas, proporcionando suministros constantes de agua. Además, actúan filtrando contaminantes, porque sus raíces disminuyen la velocidad de los eventos torrenciales de escorrentía que fluyen superficialmente. A su vez, controlan la erosión, los deslizamientos de tierra, aluviones e inundaciones.

De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), desde 1990 se han perdido 420 millones de hectáreas de bosques en el mundo, y el Fondo mundial para la naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) estima que un 47% de los bosques que aún existen enfrentan un alto riesgo de degradación o deforestación al 2030.

En Chile, entre el año 2000 y 2016 se perdieron más de 206 mil hectáreas de bosque nativo entre las regiones de Valparaíso y Aysén (casi cuatro veces la superficie de Santiago), de acuerdo a un estudio de la Universidad de La Frontera. Estos bosques fueron reemplazados principalmente por matorrales, tierras sin vegetación o pastizales, y una proporción importante fueron finalmente convertidos en terrenos agrícolas o plantaciones forestales de especies exóticas. A dichas causas históricas se suman actualmente: los mega incendios forestales, cada vez más frecuentes por efecto del cambio climático; las prácticas de floreo del bosque nativo, extrayendo los mejores ejemplares para luego utilizarlos como madera; la extracción de leña para uso como combustible; y, más recientemente, la tala y degradación de bosques y suelos agrícolas para habilitar terrenos para usos habitacionales en zonas periurbanas y rurales, entre otras.

A pesar de las fuertes presiones a las que están sometidos los bosques del sur del país, estos ecosistemas naturales contribuyen al bienestar de millones de personas en el planeta, lo que hace aún más urgente su protección a largo plazo. Estos bosques entregan una diversidad de servicios ecosistémicos. Este concepto se refiere la capacidad de la naturaleza para entregar beneficios materiales e inmateriales a las personas, y aboga por una mejor comprensión del valor de los ecosistemas para el bienestar humano, haciendo visible el vínculo entre estructura y procesos ecosistémicos y cómo dicho vínculo genera cambios en el bienestar de las personas.

Entre los servicios que entregan estos bosques se encuentran aquellos de provisión como la producción de madera, la disponibilidad de follaje para uso medicinal y la provisión de agua para consumo humano; servicios ecosistémicos de regulación como: el control de erosión, inundaciones, mantención de microclimas locales; y servicios culturales como las oportunidades para la recreación, inspiración, la educación en la naturaleza, entre otros. Un bosque degradado deja de proveer estos servicios o los proveerá en menor cantidad y calidad. Por ejemplo, es muy distinta la experiencia de caminar en un bosque degradado, seco y caluroso, que hacerlo por un bosque con sombra, menor temperatura, hojarasca húmeda y mayor diversidad de hongos, plantas y animales.

Aún estamos a tiempo de avanzar en soluciones que nos permitan proteger y restaurar ecosistemas naturales y cuencas hidrográficas de las que somos parte. Algunas de estas soluciones provienen de la misma naturaleza, y han sido llamadas “Soluciones basadas en la naturaleza”. Este concepto propone un enfoque integral que incluye acciones para proteger, gestionar de manera sostenible y restaurar ecosistemas naturales o modificados, permitiendo abordar, de manera eficaz y adaptativa, importantes desafíos de la sociedad como el cambio climático, la seguridad alimentaria e hídrica o el riesgo de desastres.

Así surge la necesidad de fomentar acciones tanto públicas como privadas que permitan: (i) la protección de los bosques nativos que aún existen, por medio de la creación de áreas protegidas públicas y privadas, en ecosistemas escasamente representados en el Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE) y aquellos que permitan generar conectividad ecológica e hidrológica entre áreas protegidas, y (ii) la restauración socio-ecológica de ecosistemas naturales, que consiste en un proceso de recuperación, junto a la comunidad local, de la composición, estructura y funcionalidad de un ecosistema que fue perturbado, dando un impulso inicial para que ese ecosistema comience a recuperarse y a volver a proveer los servicios ecosistémicos que originalmente entregaba.

Iniciativas estatales como el Plan Nacional de Restauración de Paisajes 2021-2030, desarrollado por los Ministerios del Medio Ambiente y Agricultura, han establecido como meta nacional la restauración de 1.000.000 de hectáreas de paisajes al año 2030, considerando la restauración de bosques, vegetación de riberas, hábitat costero-marinos y turberas y otros humedales. Sin embargo, además de estas acciones concretas de protección y restauración de ecosistemas se necesita la promoción de un nuevo enfoque para la gestión integrada del agua y sus ecosistemas relacionados, que considere la actual escasez hídrica, la sobreexplotación de acuíferos y aguas superficiales y los crecientes desafíos que impone la crisis climática y de biodiversidad.

Dada la magnitud de dichos desafíos, estos deben ser abordados por la sociedad en su conjunto. El Estado desde el diseño, implementación y fiscalización de políticas públicas que estén a la altura de las crisis actuales y que se hagan cargo de la evidencia científica disponible. Y, por otra parte, la sociedad civil y organizaciones no gubernamentales, donde nuestro rol es promover prácticas sustentables e innovadoras que fomenten la protección y el uso sustentable de las cuencas hidrográficas y fortalecer la colaboración y el diálogo entre comunidades considerando principios de buena gobernanza. De esta manera, podremos avanzar decididamente hacia un desarrollo regenerativo que integre los conocimientos científicos y tradicionales para construir sociedades más justas, equitativas y ambientalmente responsables.

Amerindia Jaramillo

Amerindia Jaramillo es bióloga de la Universidad Católica de Temuco, magíster en Recursos Hídricos de la Universidad Austral de Chile y magíster en servicios ecosistémicos de la Universidad de Edimburgo. Ha trabajado como investigadora en ecotoxicología y evaluación de riesgo ecológico. Realizó investigaciones en economía de los recursos naturales y sistemas socio-ecológicos en la Universidad Austral de Chile. Se desempeñó en diferentes cargos en el Ministerio del Medio Ambiente entre los años 2012 y 2022, siendo jefa del Departamento de Ecosistemas Acuáticos donde inició la implementación de la ley de humedales urbanos, normas y planes para protección de ecosistemas acuáticos. Desde febrero de 2022 es la Directora de Conservación de Fundación Mar Adentro, a cargo del manejo del área protegida Bosque Pehuén y la articulación de redes público-privadas para promover la conservación de ecosistemas naturales en el centro-sur de Chile.