“En este siglo hemos logrado recuperar la conexión de arte y naturaleza”

Hace cerca de una década, un libro sobre ecología buscó reivindicar la historia natural y el valor de la observación como base de la disciplina. Con sus planteamientos, el ecólogo Aníbal Pauchard y el fallecido investigador, Rafe Sagarin, influenciaron el campo del aprendizaje ecológico. Hoy, Pauchard reflexiona sobre la vigencia de esta publicación pionera que invita a entender la naturaleza en sintonía con la idea de que toda razón proviene de la percepción.

Ecología y observación. Ampliando el enfoque de la ciencia para entender un mundo complejo (publicado en español por la editorial Universidad de Concepción), es el título de un libro que buscó reavivar el valor de lo observacional y sensorial para el aprendizaje ecológico, una publicación que generó algunas críticas principalmente en el ámbito de la ecología experimental, pero que, según aclara el propio texto, no buscó contradecir esta aproximación sino ampliar las maneras en que se percibía la naturaleza desde la ciencia.

Abrir enfoques que pudieran ser reduccionistas a través de “un acercamiento más ingenuo a la naturaleza”, por medio de la detección sensible de patrones y en atención a las metodologías de la historia natural, fueron algunas de las motivaciones relevantes del libro escrito por dos académicos que se conocieron a través del foro de una revista científica. “Rafe (Sagarin) era de esas personas que conoces por el azar” relata Pauchard, investigador asociado del Laboratorio de Invasiones Biológicas (LIB), iniciativa conjunta de la Universidad de Concepción y el Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), donde hoy es director.

El investigador recuerda que tras leer un comentario de Sagarin –quien era ecólogo marino– sobre una publicación relacionada con ecología, se dio cuenta de que pensaban de manera similar, así que decidió escribirle un mail. Desde entonces, surgió una amistad fraterna e intelectual que, con el tiempo, los impulsó a escribir un libro juntos.

“Primero partimos bromeando”, narra Pauchard. Mientras Sagarin quería hacer una “revolución en ecología”, el investigador chileno le sugería que era mejor “una evolución”, en vista de las complejidades del concepto de revolución a la luz de la historia política latinoamericana. Sin embargo, ambos coincidían en que “había que romper el cascarón sobre la idea de que hay una sola ciencia, la gran ciencia, o que hay métodos hipotéticos deductivos ultra probados y casi dogmáticos respecto de cómo hacer ciencia”.

Aunque Rafe Sagarin falleció en un accidente de tránsito tres años después de la publicación del libro, su amigo y co-autor, Aníbal Pauchard, lo recuerda al seguir pensando en aquellos temas que un día escribieron y que, con el tiempo, han influenciado a diversas generaciones de ecólogos a partir de la toma de conciencia de que “todos los buenos científicos deben recordar que sus teorías e ideas están sujetas a la refutación en cualquier momento”, refutaciones que pueden surgir desde las nuevas observaciones.

Fundación Mar Adentro: Ha pasado algo más de una década desde la primera edición del libro, ¿cómo se ha transformado el panorama de la observación en ecología? ¿Se han equilibrado perspectivas o se mantienen vigentes las críticas respecto de la función anecdótica o correlaciones azarosas de lo observacional en vínculo con la historia natural, entre otras?

Aníbal Pauchard: Es una buena pregunta en la que he estado pensando, ya que para mí es súper emotivo el tema del libro, porque lamentablemente el primer autor falleció, como te contaba. Quedaron varias ideas dando vuelta. En alguna medida, ambos queríamos quejarnos y que las generaciones más jóvenes sintieran que estaba bien quejarse de la ciencia desacoplada de la realidad. Todo se volvía reduccionista en experimentos de condiciones controladas (…) pensamos que era razonable acercarse de manera más ingenua a la naturaleza.

Eso era tan válido entonces como ahora, aun cuando las generaciones van cambiando. Algo que ha cambiado, por otro lado, es cómo hablamos de cambio climático, por ejemplo, ya no es un tema sólo científico, sino algo que todos tenemos sumamente pegado en la piel. Cuando hicimos este libro ese concepto era todavía más de la ciencia.

Otro cambio es que ha aumentado el trabajo con bases de datos. Si ves cualquier revista científica están todos los días publicando papers con millones de datos. Eso ha despegado, pero lo que quizás no ha despegado tanto es la parte más filosófica del asunto, el cómo entendemos la naturaleza entera. Seguimos pensándola a través de visiones reduccionistas de cómo yo miro este ángulo y tú miras otro. Cada uno ve su partecita y al final hacemos como una especie de imagen. De repente hay que sentarse a pensar cómo hacer una imagen más holística de lo que estamos viendo. Y eso creo yo que no ha avanzado mucho.

En ese sentido, ustedes en el libro hacen referencia a la estética como necesidad para articular visiones e imaginar esas conceptualizaciones reflejadas a través de percepciones y sensaciones. Quizás esto tiene que ver, de alguna manera, con las utopías. En la medida de que no ha habido un proyecto utópico capaz de reformular y aunar miradas, esto se refleja en el diagnóstico que realiza…

Es que seguimos trabajando en carriles que van por separado, fragmentados, pero que nos dan éxito, porque son gratificantes desde el punto de vista personal, de productividad científica, de resultados. O sea, entendemos mucho mejor cómo funciona tal proceso, pero cuando llegamos a la hora de entender cómo estos procesos se integran o se relacionan –y quizás me quedo con esta parte, como dices, de la estética para hacer el bosquejo conceptual de algo– nuestro cerebro se queda corto y quedamos como primates. Entonces, eso nos asusta y volvemos a nuestro pequeño pedacito de torta.

Es necesario pensar en una visión en la cual podamos entender mejor las piezas de la naturaleza y dónde encajamos como seres humanos. Hay una visión entre humanista y holística en el libro. El científico más naturalista puro, el de las ciencias naturales puras, tipo Descartes, buscaba deshacerse del humanismo y la identidad humana. Con Rafe tuvimos varias de estas conversaciones y siempre nos llamó la atención pensar en por qué existe tanto miedo de reconocer los propios sesgos.

¿Qué proyectos/iniciativas –tanto en Chile como el extranjero– considera que han contribuido a fortalecer esa perspectiva y, en particular, el valor de la ecología observacional?

Yo trabajo en IPBES, que es la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos para Políticas Públicas. Y si bien, esta surge más de las ciencias sociales, posibilita un encuentro entre las urgencias sociales y el mundo de la ciencia natural. Veo que ahí hay un reflejo de esta revolución de la que hablaba Rafe, o sea, de pensar el mundo al revés. Se valora entender, por ejemplo, cuánto pueden aportar las comunidades indígenas y locales al conocimiento global e integrarlo. IPBES no tiene una solución perfecta de cómo hacerlo, pero están las ganas de que el lenguaje construya la realidad de la ciencia. Quizás esto no está tan contenido en el libro, pero era algo que discutíamos. La idea es cómo la conceptualización permite ir construyendo la ciencia .

También, en las sociedades de ecología de Gran Bretaña o Estados Unidos, veo que se están abriendo a lo socioecológico. Aquí en Chile también, y valoro que se haya creado la Sociedad Chilena de Socioecología y Etnoecología (SOSOET), por ejemplo. Aunque vienen de otras vertientes tienen conceptos similares. Otro ejemplo, es el trabajo de mi colega Cristóbal Pizarro, quien aborda el tema socioecológico alineado con lo ornitológico. A veces tenemos conversaciones bien buenas sobre percepción del paisaje. Ahora, creo que en Chile estamos todavía súper lejos de la idea de hacer ciencia desde las personas. Creo que todavía nos falta y ahí uno se declara culpable porque quizás no estamos haciendo todos los esfuerzos necesarios.

Volviendo al libro, ustedes afirman que es necesario desarrollar la sensibilidad a los patrones y procesos naturales en amplias escalas de espacio tiempo ¿Cómo interactúan las escalas de subjetividades culturales con la eventual pretensión de objetividad de las ciencias? Si pudiera darnos un ejemplo.

Es complejo, porque la sensibilidad al mundo natural en el ser humano se va creando desde escalas pequeñas y se va ampliando a escalas medianas y luego, más grandes, para llegar a una escala global, ¿no? Es un proceso que está muy relacionado con la psicología y con el desarrollo del cerebro y su maduración. En el libro pongo el ejemplo de mi hijo de tres años, cuando lo escribí, ahora él va a cumplir 16.

Uno ve que hay cierta sensibilidad y quizás, a veces queremos saltarnos un paso y llegar a entender grandes procesos globales, entender el cambio climático, la extinción masiva, pero resulta que esa persona ni siquiera ha visto un caracol en su jardín o no ha entendido por qué hay ciertas aves ahí y no otras. No se trata de culpar a nadie, sino que muchas veces no nos damos ni siquiera el tiempo, o de niños, los papás no los sacan al patio o al jardín y como sociedad no les damos ni parque, ni lugares naturales, nada. Y después queremos que sean expertos en el ciclo de la energía y en cómo reducir la huella humana ¿Cómo saltamos así? Creo que eso se da también en la ciencia.

Con todo el respeto que le tengo a quienes hacen modelos matemáticos, ocurre que muchas veces usan grandes bases de datos y son realmente geniales al hacer algoritmos, pero no necesariamente tienen muy claro qué objeto de estudio están evaluando. Entonces, a veces sucede que tenemos una brecha entre el objeto de estudio y el investigador. Eso sería un falso sentido de objetividad, porque creemos que separándonos del objeto tenemos objetividad, al menos eso nos han enseñado, aunque quizás hoy se enseña menos.

No entendemos nada del objeto, excepto el ángulo desde el cual lo estamos mirando, es como tratar de entender las estrellas desde la Tierra. Sabemos que miramos solamente un ángulo, a esa estrella que quizás ya no existe y percibimos esa luz. Es exactamente lo mismo: estamos mirando solo desde ese pequeño ángulo y además, con un bagaje cultural y emocional, cuestión que ha cambiado y se vincula también al colonialismo científico. No podemos abstraernos de los ojos, la cabeza, el cerebro, no estamos fuera de nuestro cuerpo. Entonces este objetivismo, que es como la panacea, como el Santo Grial para los científicos, es contradictorio. No hay que tenerle miedo al no determinismo científico, aunque sé que a muchos les pone nervioso eso.

Estaba pensando en esas relaciones que se enuncian en el libro sobre lo predictivo y cómo pareciera que hubiese que abrirse más a ese azar de la naturaleza, en términos de que es algo desconocido, para luego eventualmente predecir…

Sí, no tenerle susto a eso, porque es un poco como la ciencia cuántica en lo que respecta a la dualidad sobre las partículas y las ondas…y no por eso no se puede hacer modelos en ciencia cuántica, se puede hacer un montón de cosas, o sea, el azar no impide tomar decisiones. Eso es importante también indicarlo, porque hay un rango de predicción. Hay que vivir con la incertidumbre, incluso culturalmente y también en términos de probabilidades. En algo hemos avanzado al respecto, a nivel de las estadísticas, sobre todo. La conceptualización todavía cuesta porque la gente quiere respuestas precisas y no está muy dispuesta a la incertidumbre.

Claro, ustedes hacen mención a sistemas que se estaban socializando en ese momento, a nivel de softwares como R o tecnologías de satélite. También en la línea de los algoritmos, hay una alusión muy vigente, que apela a una hibridez humano-máquina: la del cyborg ecológico (desarrollada por Carlos Martínez del Río) que remarca la importancia de contar con horas en terreno en la naturaleza, ¿cuáles cree que son los riesgos y potenciales de la irrupción de la Inteligencia Artificial en la conservación de la naturaleza?

He escuchado bastante y he estado absorbiendo el concepto, pero no lo había ligado a lo que nosotros hablamos en el libro y es interesante. Creo que ahí hay dos lados: si la gente logra conectarse con la naturaleza y, al mismo tiempo, alimentar estos modelos con más información, con más percepciones y más datos, pero también con sus propios ángulos de observación, quizás estas herramientas pueden ser súper potentes y buenas.

También puede pasar la del cómodo y decir “oye, en realidad ya alimenté esos modelos, hubo gente que tomó datos en el siglo pasado, hago correr los modelos y me quedo tranquilo”, y eso sería un error enorme porque estaría pensando que tengo más información, cuando en realidad es simplemente una iteración, digamos, de una máquina que puede parecer inteligente, pero en realidad lo que está haciendo es simplemente replicar lo que ya sabe.

Lo importante es que la Inteligencia Artificial no sea un pretexto para dejar el terreno o tomar datos. Tenemos que tener un contacto incluso más inteligente con el terreno. Podemos hacer preguntas a la Inteligencia Artificial respecto de cómo hacer las cosas, pero nunca dejar de tener los inputs del terreno, sobre todo pensando estas múltiples perspectivas y esto quisiera conectarlo con el colonialismo científico. Si bien, nosotros algo decimos sobre los sesgos en el libro, ahora ya se le puso nombre. El colonialismo implica que la ciencia viene del hemisferio norte, de las grandes potencias económicas, donde tienen mucho más y ese centro es súper potente. Tu miras cualquier mapa de distribución de plantas, de animales, de hongos y la mayoría de los puntos vienen de Europa y Norteamérica, Asia un poco, pero falta Rusia, Sudamérica, África ni hablar. Tampoco tenemos investigadores que tengan esa perspectiva cultural en los sistemas.

Hay un sesgo cultural tremendo asociado a los datos. Entonces, si, por ejemplo, volviendo a la IA, le preguntas algo a una IA que solo ha tomado esos tipos de datos, imagínate el sesgo que va a tener.Afortunadamente, este tema está tomando bastante resonancia, pero todavía hay unas tremendas brechas.

En algún punto también mencionaba las brechas culturales entre artistas y científicos, al mismo tiempo, en el libro se enfatiza en la importancia del arte y la educación para la ecología observacional. En su opinión, ¿cuál ha sido el rol de las artes y la educación para relevar el  potencial científico de la historia natural en pos de la conservación biológica?

Habría que separar épocas, porque el boom de la historia natural, dentro de los grandes “descubrimientos occidentales” en términos colonialistas, por decirlo así, se vincula a la exploración occidental que hubo en el siglo XIX, y eso creo que en el arte estaba súper presente y somos afortunados de que haya sido así. Además esta la presencia de la poesía, el arte gráfico, también la música, etc. ¿no? Pero creo que eso se perdió en el siglo XX, es decir, el siglo pasado fue la época del progreso, sobre todo post Segunda Guerra, de pensar cómo el ser humano es autosuficiente y de alguna manera, mejor que la naturaleza, lamentablemente. En el siglo XX hay una disociación entre arte y naturaleza, por lo menos tengo esa percepción.

Afortunadamente, en este siglo, a pesar de todos los estragos que estamos pasando, hemos logrado recuperar la conexión de arte y naturaleza y, de manera tan linda. Por ejemplo, ahora estoy viendo muchos libros en Chile de ilustración, en que hay todo un movimiento, incluso de cómic de naturaleza, cosas que realmente abren la mente y desde niños hasta gente más adulta.

Por ejemplo, acá tuvimos a Alicia Hoffman, que lamentablemente falleció. Ella trabajaba en la escritura de libros y tenía personas que la ayudaban en la parte gráfica, porque ella entendía el arte, era muy holística. Trabajando en nuestro instituto con Juan Armesto, lograba hacer estas narrativas en las cuales también hay mucha gráfica. Me gusta ver esa corriente que va surgiendo.

Justamente quería volver a Chile, y a la aprobación reciente del proyecto de ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP). Con Rafe Sagarin, llamaban a romper la sensación de desconexión entre usuarios de los recursos, científicos, conservacionistas y responsables de políticas públicas ¿Cree que la ley podría aportar en esta línea? ¿Qué hitos se produjeron en el proceso de tramitación que lo llevaron a usted y a la Sociedad de Ecología de Chile a apoyar la urgente necesidad de aprobar esta ley?

La primera pregunta es difícil, porque creo que seguimos haciendo las cosas bastante a la antigua o tradicionalmente, así que va a depender mucho de cómo se establece el ministerio y los Consejos Consultivos, así como de la manera en que se abre a la sociedad. No sé los detalles legislativos, pero creo que también tiene mucho que ver con la implementación.En ese sentido, creo que quedan muchas etapas para  incorporar más componentes.

Costó mucho sacar esa ley. Fue complejo convencer sobre lo importante de la biodiversidad a los parlamentarios, a los gobiernos, a los empresarios, a las personas comunes y corrientes. Había que argumentar por qué esto sería prioridad cuando eventualmente no hubiese más dinero para los servicios de salud, o por qué impedir que alguien utilice los recursos naturales como quiera, si soy dueño de un terreno. El sentido de lo privado en Chile es muy alto y lo público es muy secundario, . y eso es grave. Todo eso se reflejó en la discusión.

Yo me saco el sombrero por las personas que impulsaron la ley, como la ministra Maisa Rojas, aunque obviamente ella es quien termina el proceso, hay mucha gente detrás, pero en estas situaciones haber logrado el proyecto es un gran paso. Todavía falta mucha educación en el sentido amplio, una conversación, un aprendizaje como sociedad de lo que es la naturaleza y de cómo sin naturaleza no hay ser humano.

*Aníbal Pauchard es Doctor en Ecología Forestal por la Universidad de Montana, Estados Unidos. Actualmente es Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción. Actualmente es Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción. Es director del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB-Chile) y fundó el Laboratorio de Invasiones Biológicas (LIB), iniciativa en conjunto con la Universidad de Concepción. Su enfoque de investigación es la ecología de las invasiones biológicas y sus impactos sobre la biodiversidad y las funciones de los ecosistemas. También es colaborador de IPBES (Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas) y es editor asociado de revistas científicas internacionales como el Journal of Applied Ecology y Biological Invasions.

 

Violeta Bustos Vaccia

Violeta Bustos, directora de comunicaciones en Fundación Mar Adentro. Periodista, diplomada en Visualización de Datos y Magíster en Estéticas Americanas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Cuenta con experiencia en diversos ámbitos de las comunicaciones: creación y fundación de medios escritos, docencia, investigación y elaboración de contenido para múltiples formatos. Se ha especializado en estrategias digitales, gestión de prensa, cultural y académica.