El arte colaborativo como forma de resistencia socioecológica

 

El arte colaborativo, corriente surgida en los años 60 y 70, sigue interpelándonos en nuestra forma de ser, estar y relacionarnos entre humanos y más que humanos. La irrupción creativa en el espacio público y la puesta en escena del arte fuera de los museos, así como las acciones por el cuidado de la naturaleza y la educación popular, conforman algunas aproximaciones claves en torno a este concepto. Es relevante traer al presente diversas nociones del arte colaborativo que nos ayuden a pensar cómo esta metodología puede aportar hacia una transición socioecológica y, al mismo tiempo, abrir reflexiones que nos lleven a repensar los valores sociales –centrados en la productividad– que nos rigen.

Actualmente, las exigencias de la vida contemporánea, así como la conexión permanente a dispositivos tecnológicos incentivan el consumo, el individualismo y la desmaterialización. La omnipresencia de las pantallas, a la vez, puede agudizar la desconexión con los elementos cotidianos de la naturaleza. Ante estas prácticas que tienden a erosionar el tejido social y a potenciar los efectos de la crisis climática, los formatos colaborativos del arte contienen una semilla transformadora inagotable.

Por medio de contextos transdisciplinarios, una práctica artística y pedagógica como la que nos convoca puede dar algunas luces para enfrentar un fenómeno que ha sido denominado como la extinción de la experiencia, en referencia a la pérdida de las interacciones frecuentes con naturalezas sanas y el extravío de la noción de que somos parte de ella.

Existe una cualidad en esta conformación del arte que tiende a reivindicar el conocimiento situado, las subjetividades ylas maneras de habitar, desde una mirada sistémica y socioecológica, así como a generar espacios de encuentro que permitan construir imaginarios de pertenencia a un lugar determinado. En este sentido, el arte como experiencia colectiva puede impulsar la toma de conciencia sobre las múltiples identidades que conforman un paisaje biocultural.

 

Así, el arte colaborativo permite abrir, transformar y gestionar espacios de manera inclusiva al poner sobre la mesa perspectivas diversas ante necesidades locales. A falta de espacios de encuentro comunitario, el arte en red se plantea como una dimensión de resistencia ante el individualismo, ya que viene a reivindicar aquella noción tangible de plaza pública –lugar de interacción social permanente– popularizada en el siglo pasado.

Aquella plaza pública actualmente ha transitado hacia formas de comunicación intangibles, a través de plataformas como las redes sociales, de las cuales, vale decir, no podemos prescindir, ya que a la hora de difundir, pensar y democratizar el arte colaborativo, debemos aprovechar su potencial comunicativo. Sin embargo, es importante repensar las formas de uso tecnológico de manera que no implique, necesariamente, desconectarnos de la materialidad, del cuerpo como territorio y de los ecosistemas que cohabitamos, es decir, con la conciencia de que estamos permanentemente conectados a la naturaleza no sólo desde el entorno, sino desde nuestra propia constitución.

Desde esta perspectiva, mantenernos despiertos, conscientes del entramado que conformamos, nos permite profundizar en las experiencias estéticas que se revelan al percibir y estar-en-el-mundo, así como en las relaciones que establecemos con la naturaleza y con sabernos naturaleza; dónde empieza la naturaleza y termina el propio cuerpo.

La experiencia estética en el arte  constituye un acto de resistencia al promover otra temporalidad, al reivindicar la experiencia y el cuerpo en contextos particulares. De esta manera, a partir de un enfoque situado, el arte colaborativo nos permite compartir diversas formas de percibir el mundo, mediar reflexiones colectivas y visibilizar sistemas complejos a través de narrativas que cruzan todos los sentidos.

El foco del arte colaborativo, asimismo, está en el territorio, en sus múltiples dimensiones y formas de comprenderlo; nace desde ese espacio y a partir de las necesidades que ahí se gestan. Es así como esta corriente se expande hacia otras disciplinas, rozando también las nociones científicas y no sólo las humanistas, desafiando divisiones y binarismos.

Experiencias de arte colaborativo por medio de diversas metodologías como los mapeos colectivos, intervenciones en el paisaje, performance y fanzines, entre otros, se pueden vincular o aproximar a diversas disciplinas. Así, esta corriente artística nos lleva a trazar caminos que involucran formas de habitar, memorias situadas, saberes populares y problemáticas territoriales, las cuales pueden ser observadas desde múltiples perspectivas, siendo la naturaleza un espacio privilegiado para ello.

«La vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian», señalaba la bióloga Lynn Margulis, marcando precedentes al plantear la necesidad de colaboración en el proceso evolutivo. Al respecto, vemos cómo las nociones del arte se pueden enriquecer con pensamientos como el de Margulis, de manera que los procesos creativos se complejizan y  nutren al explorar y expandir cada vez más sus límites.

En la misma línea, son también destacables los cruces disciplinares intencionados, como es el caso de la artista y mediadora Teresa Rubio, quien en nuestra publicación Convivir: arte y ecología en la educación, aborda una experiencia de mediación artística basada en las funciones de la célula para convertirla en una metáfora del comportamiento entre las personas (células), sus comunidades (tejidos) y la ciudad (ecosistemas).

Otro cruce relevante se gesta a partir de las pedagogías críticas, a la luz del pensamiento de Paulo Freire y la educación popular. Al ser relacional, el arte colaborativo es también pedagógico, y se establece como un espacio de escucha, diálogo y juego, facilitando o dando pie a una ecología de saberes, es decir, a aquello que apunta a la valoración de todos los tipos de conocimientos, tanto académicos y formales como no formales y locales, entendiendo la ecología como un sistema de relaciones.

En definitiva, es necesario explorar las posibilidades que ofrece el arte colaborativo como manera de regenerar, crear y observar dinámicas colectivas de la mano de la transdisciplina, las que pueden ser cruciales para la construcción activa de la realidad ecosocial de la que participamos. Recordemos que el arte colaborativo irrumpió en momentos en que la humanidad debatía sobre la necesidad de expandir las fronteras disciplinarias y esa premisa se materializó de diversas formas, siendo el aterrizaje del arte en el espacio público una de las manifestaciones de ese debate.

Asimismo, a nivel de la investigación situada en contextos diversos, cabe mencionar, cada vez existen más metodologías colaborativas pensadas a la luz del arte contemporáneo, tales como la mediación artística, el arte dialógico o el artecomunitario, y todas apuntan, justamente, a la transdisciplina y la participación, entre otros conceptos que resuenan entre sí.

Estas metodologías constituyen espacios de cuidado construidos desde los afectos y la suspensión del juicio, lo que hace posible la inclusión de las diversidades propias de un territorio que nutre un tejido social. Desde esta mirada, entonces,  posibilita espacios para la generación y regeneración de redes de apoyo, de cuidado, de escucha y de resiliencia, condiciones fundamentales para enfrentar fenómenos como la crisis socioecológica.

En esta unión es que el arte puede, al mismo tiempo, constituirse como una vía afectiva, una ruta amorosa, que tal vez no nos permitirá cambiar el mundo de manera radical, en términos de las escalas sociales y temporales que habitamos, pero sí las maneras de relacionarnos. Abrirnos al arte colaborativo puede fomentar nuestro asombro, ayudarnos a descubrirnos en un otro, mantenernos despiertos y activar un espíritu crítico en torno a lo que consumimos y construimos como socioecosistemas.

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Editorial FMA

Este material fue desarrollado colaborativamente por María Jesús Olivos, Coordinadora de aprendizajes y Violeta Bustos, Directora de comunicaciones, de Fundación Mar Adentro.

María Jesús Olivos, coordinadora de proyectos aprendizajes en Fundación Mar Adentro. Artista y educadora de artes visuales cuyo trabajo se ha enfocado en el desarrollo de proyectos artístico-educativos y colaborativos para explorar temas de identidad y territorio. Desde el 2008 profundiza en la performance y el aprendizaje a través del cuerpo, de esta manera sus inquietudes se extienden a procesos creativos interdisciplinares. Cuenta con un Magister en Arte y Educación de la Universidad de Barcelona.

 

Violeta Bustos, directora de comunicaciones en Fundación Mar Adentro. Periodista, diplomada en Visualización de Datos y Magíster en Estéticas Americanas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Cuenta con experiencia en diversos ámbitos de las comunicaciones: creación y fundación de medios escritos, docencia, investigación y elaboración de contenido para múltiples formatos. Se ha especializado en estrategias digitales, gestión de prensa, cultural y académica.